Extinta la llama de tu deseo,
consumida tu pasión
antes de que el fuego decline en ascuas,
me abandonas.
Quedo varada en una ignota playa
como sirena que ha perdido
el encanto de su garganta,
como ballena arrastrada por el peso de sus pesares,
por esa plomiza masa de llantos
que envuelven,
como un sudario,
a quien siente el rechazo del que tanto ama.
Quedo aquí,
custodiado mi sueño
por las oceladas fieras
hambrientas de mis entrañas,
sedientas del agua de mis lágrimas.
Quedo aquí,
amor mío,
ansiando el giro de tu mirada,
esperando tu incierto regreso,
olvidada, sepultada en vida,
contemplando en el espejo de las aguas remansadas
mis cabellos encanecidos por el desánimo,
mis labios agrietados por la carencia de besos,
mi cuerpo deslavazado por el desconsuelo.
Quedo aquí, Teseo
—o como quiera que te llames ahora—,
invocándote y llorándote cual plañidera.
(Mayte Llera, Dalianegra)
Pintura: “Ariadne” (1898), John William Waterhouse