miércoles, 12 de febrero de 2014

ADIÓS, TRISTEZA, ADIÓS

Tú, que me lees, posiblemente no sepas
lo que es la tristeza,
en cuyo caso,
debes sentir agradecimiento.

Es algo prodigioso,
de fuerza sobrenatural
superior a las de Hércules y Sansón
aunando sudores.

Una fuerza imantada
más tenaz que la gravedad terrestre,
y más inteligente que lo fueran
Isaac Newton y Albert Einstein juntos,
pues es capaz, por sí misma,
de inducirte a realizar un viaje
a través del Gran Cañón del Colorado
—con esa magnificencia cromática
con la que sólo la tierra,
en sacra compaña con el cielo y el agua,
puedan combinarse—,
para finalizar tan solemne peregrinaje
saltando al vacío.

O puede ser capaz, también,
de invitarte a un ágape
cuyas suculencias incluyan la cicuta
entre las ensaladas.

Es una gran señora la tristeza,
se cubre la testa desnuda
con sombrero emplumado de avestruz,
como la Catrina que pintara Diego Rivera,
pero no sonríe como ésta,
ni ondula la boa de plumas
de quetzal
sobre los huesudos hombros,
pues es osamenta desprovista
de la gracia de una vida ulterior.

Nada en ella habita,
es una existencia vacua,
difunta desde el mero momento conceptivo.

Pero en este día de soles
me despido de ella:
adiós, tristeza, adiós, ya en nada me puedes,
ya no me desbordas,
ni en ningún rincón me anidas.

Mayte Dalianegra

Ilustración de Wladyslaw Theodor Benda para la revista “Life-Theatre” en su número 5 de octubre de 1922

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