besando, amoroso,
la arena de la playa.
Era un mar calmo,
un espejo turquesa del lienzo del cielo.
Las olas no batían su fiereza
contra la escarpadura de los acantilados,
pues nada impugnaba la placidez
de las horas.
Nada, tampoco,
hacía presagiar temporal alguno,
ningún atisbo de oscuridad,
ningún augurio,
ninguna pitonisa irritada con el destino;
si acaso una leve conjetura
sin fundamento apenas,
una duda, un titubeo…
Y allá en el horizonte
se yergue la tormenta
con su hélice adversa y sombría,
arrancando del oleaje
un fragor pelágico.
Cegada por los vientos,
me alejo de esa arena antes preñada de oros.
Regreso a la oquedad umbrosa de la roca,
vuelvo a mi soledad,
a ser nuevamente mía.
(Mayte Dalianegra)
Pintura: "Con tiara de violetas y peplo azafranado", John William Godward